September 24, 2005

Vincent Van Gogh, ultimas cartas desde la locura (II)

19 de marzo.

Me ha parecido ver en tu carta tanta angustia fraternal contenida, que he creído mi deber romper mi silencio. Te escribo en plena posesión de mi presencia de ánimo y no como un loco; como el hermano que tú conoces. Esta es la verdad; un cierto número de personas de aquí ha dirigido al alcalde (creo que se llama Tardieu) una nota (había más de 80 firmas) señalándome como un hombre indigno de vivir en libertad o algo por el estilo. El comisario de policía o el comisario central, entonces, ha dado orden de que me volvieran a internar.

Con que ya llevo aquí muchos días encerrado bajo llaves, cerrojos y guardianes en el manicomio, sin que mi culpabilidad esté probada o sea probable. No hace falta decir que en el fuero interno de mi alma tengo mucho que replicar a todo esto. Ni tampoco que yo no podría enfadarme y que excusarme en semejante caso me parecería una autoacusación.

Sólo advertirte para que me liberes -comienzo por no pedirlo, ya que estoy persuadido de que toda esta acusación quedará reducida a nada. Solamente digo que para liberarme lo encontrarás difícil. Si yo no contuviera mi indignación me juzgarían inmediatamente como un loco furioso. Esperemos pacientemente; por otra parte, las emociones fuertes no harían más que agravar mi estado.

Por eso te induzco por la presente a que les dejes hacer sin mezclarte. Tente por advertido de que sería quizás complicar y embarullar las cosas. Con más razón, ya comprenderás que yo aun estando completamente calmo en un momento dado, puedo recaer fácilmente en un estado de sobreexcitación por nuevas emociones morales. Ya podrás suponer hasta qué punto ha sido esto para mí como un mazazo en pleno pecho, cuando he visto que había tantas personas aquí que eran lo bastante cobardes para meterse en gran número contra uno solo y enfermo. Bueno -así quedas enterado; en cuanto a lo que concierne a mi estado moral, me siento fuertemente quebrantado; pero recobro asimismo una cierta serenidad para no enfadarme. Además, la humildad me conviene, después de la experiencia de los ataques repetidos. Por lo tanto no pierdo la paciencia.

Lo principal, no me cansaré, de decírtelo, es que tú también conserves la calma y que nada te turbe en los negocios. Después de tu boda, podemos ocuparnos de poner todo esto en claro; y mientras tanto, ¡A fe mía!... déjame aquí tranquilamente. Estoy convencido de que el señor alcalde, así como el comisario, son más bien amigos y que harán todo lo que esté a su alcance para arreglar esto. Aquí, salvo la libertad, salvo muchas otras cosas que, además desearía, no estoy del todo mal.

Les he dicho, por otra parte, que no estábamos en condiciones de sufragar los gastos; luego, ya llevo tres meses sin trabajar y ten en cuenta que hubiera podido hacerlo si no me hubieran exasperado y molestado.

¿Cómo están nuestra madre y hermana? No teniendo otra cosa para distraerme -se me prohíbe hasta fumar, cosa que, sin embargo, está permitida a los demás enfermos -; no teniendo otra cosa que hacer, pienso en todos aquellos que conozco, durante todo el día y toda la noche. Qué miseria -y todo esto, por así decir, por nada.

No te oculto que hubiera preferido morir, que causar y sufrir tantas molestias. ¿Qué quieres? Sufrir sin quejarse es la única lección que hay que aprender en esta vida. Ahora, con todo esto, para reanudar mi tarea de pintar, tengo naturalmente necesidad de mi taller, de muebles, que en verdad no tendríamos con qué renovarlos en caso de pérdida. Ya sabes que mi trabajo no me permite estar reducido de nuevo a vivir en un hotel, es preciso que tenga mi lugar fijo. Si las buenas gentes de aquí protestan contra mí, yo protesto contra ellos; y no tienen más remedio que resarcirme de los daños y perjuicios amistosamente; no tienen más que devolverme, en fin, lo que perderé por su falta e ignorancia. Si -supongamos - me volviera loco tranquilo, cierto, no digo que sea imposible; habría en todo caso que tratarme de otra manera, devolverme el aire, mi trabajo, etcétera. Entonces -¡a fe mía!-... me resignaría. Pero aún no hemos llegado a eso y si hubiese conservado mi tranquilidad hace mucho tiempo que me hubiera repuesto.

Me regañan por lo que he fumado y bebido; bueno, pero ¿qué quieres? Con toda la sobriedad, no me producen en suma más que nuevas miserias. Mi querido hermano lo mejor es quizás ridiculizar nuestras pequeñas miserias y también un poco las grandes de la vida humana. Toma tu resolución como hombre y no pierdas de vista tu objetivo. Nosotros, artistas en la sociedad actual, no somos más que cántaros quebrados. Cuánto desearía poder enviarte mis telas; pero todo está bajo llaves, cerrojos y guardias. No trates de liberarme; esto se arreglará solo; advierte sin embargo a Signac que no se mezcle, porque meterá la mano en un avispero -hasta que yo escriba de nuevo. Te estrecho la mano muy cordialmente; saluda a tu novia, y a nuestra madre y hermana. Si estas emociones continuas e inesperadas, se fueran repitiendo, podrían cambiar un quebrantamiento mental pasajero y momentáneo en enfermedad crónica.

Estoy seguro de que si nada interfiriera hoy sería capaz de hacer el mismo trabajo, y quizás mejor, en los vergeles de lo que he hecho el año pasado.

Ahora seamos firmes hasta donde sea posible y, en suma, no nos dejemos pisotear demasiado. Desde el principio, he tenido aquí una oposición maligna. Todo este ruido hará mucho bien, naturalmente, al «impresionismo», pero tú y yo personalmente sufriremos por un montón de canallas y cobardes.

24 de marzo.

Mi querido Théo:

Te escribo para decirte que he visto a Signac, y me ha sentado considerablemente bien. He estado muy valiente, muy recto y muy simple, cuando se presentó la dificultad de abrir o no a la fuerza la puerta cerrada por la policía, que había roto la cerradura.

Comenzaron por no querer dejarnos hacer y, sin embargo, a fin de cuentas, hemos entrado. Le he dado, en recuerdo una naturaleza muerta, que había irritado a los buenos gendarmes de la ciudad de Arlés, porque representaba dos arenques ahumados a los cuales, como sabes, llaman gendarmes. Recuerdas que en París ya he hecho dos o tres veces esta misma naturaleza muerta, e incluso que cambié una por un tapiz, hace tiempo. Así, esto basta para mostrarte con qué se complica la gente y qué idiotas son.

Encuentro a Signac muy sereno, cuando se dice que es tan violento; me parece que posee aplomo y equilibrio; eso es todo. Muy rara vez o nunca he tenido una conversación con un impresionista, que no acabara sin desacuerdo de ambos lados o choques irritantes. También ha ido a ver a Jules Dupré y lo admira. No cabe duda de que habrás tenido algo que ver ya que él ha venido a fortificarme un poco la moral: gracias por esto. He aprovechado mi salida para comprar un libro: Los de la gleba de Camille Lemonnier. He devorado dos capítulos -¡es de una profundidad!-... Espera que te lo envíe. Esta es la primera vez, después de muchos meses, que tomo un libro en mis manos. Esto me ayuda mucho y me calma considerablemente. En suma, hay muchas telas para enviarte, como Signac ha podido constatar; a él no le espanta mi pintura, por lo que me ha parecido. Signac encontró y es perfectamente cierto, que yo tenía aspecto de encontrarme bien.

Me entran así el deseo y el gusto del trabajo. Como es natural, agrego que si me anduvieran molestando cada día en mi trabajo y en mi vida los gendarmes y los venenosos y holgazanes electores municipales que peticionan contra mí a su alcalde elegido por ellos y que en consecuencia los oye, mi reacción más humana consistiría en sucumbir de nuevo. Signac, me inclino a creerlo, te dirá algo en el mismo sentido.

Hay que oponerse decididamente, según creo, a la pérdida del mobiliario, etc. Después ¡a fe mía! necesito la libertad de ejercer mi profesión. El Dr. Rey dice que en lugar de comer suficiente y regularmente, me he sostenido, sobre todo, con café y alcohol. Admito todo esto; pero, ¿quedará como cierto que por conseguir la alta nota amarilla que he logrado este verano, me ha sido indispensable empinar un poco el codo?

Finalmente, el artista es un hombre de trabajo y no será el primer papanatas llegado quien vaya a vencerle.

Es preciso que yo sufra la prisión o el manicomio.

¿Por qué no? ¿Rochefort no ha dado, junto con Hugo, Quinet y otros, un ejemplo eterno sufriendo el exilio, y el primero hasta el presidio? Pero lo que yo sólo quiero decir es que esto está por encima de la cuestión de enfermedad y de salud.

Naturalmente, se está fuera de sí en casos paralelos -no digo equivalentes, al no haber más que un lugar muy inferior y secundario, pero digo paralelos.

Y ahora te cuento lo que ha sido la causa primera y última de mi extravío. Tú conoces esta expresión de un poeta holandés: «Ik ben aan d'aard gehecht met meer dan ardsche banden.»

Eso es lo que he experimentado con mucha angustia -sobre todo - en mi llamada enfermedad mental.

Lamentablemente, tengo un oficio que no conozco lo suficiente para expresarme como desearía.

Me detengo por miedo de recaer y paso a otra cosa.

Podrías enviarme antes de tu partida:

3 tubos blanco de zinc.

1 tubo de1 mismo tamaño cobalto.

1 tubo del mismo tamaño ultramar.

4 tubos del mismo tamaño verde veronés.

1 tubo del mismo tamaño verde esmeralda.

1 tubo del mismo tamaño mina anaranjado.

Esto para el caso -probable si encuentro la manera de reanudar mi trabajo - de que dentro de poco me ponga a trabajar de nuevo en los vergeles. ¡Ah... si nada viniera a interrumpirme! Reflexionemos bien antes de ir a otro sitio. Tú ves que en el Mediodía no tengo más probabilidad que en el Norte. Por todas partes es más o menos lo mismo.

Pienso asumir sin rodeos mi oficio de loco, así como Degas ha tomado la forma de un notario. Pero resulta que yo no me siento de ningún modo con la fuerza necesaria.

Me hablas de lo que tú llamas «el verdadero Mediodía ». Más arriba está la razón por la cual yo no iría nunca. Lo dejo para gente más completa, más entera que yo. No sirvo más que para algo intermedio y de rango secundario y borroso. Cualquier intensidad que mi sentido pueda tener, o mi potencia expresiva adquirir, a una edad en que las pasiones materiales están extinguidas por el tiempo, jamás podré construir un edificio predominante sobre un pasado tan carcomido y quebrantado.

¡Así pues, me da más o menos lo mismo lo que me sucede -incluso quedarme aquí - Yo creo que a la larga mi suerte se equilibraría. Cuidado, pues, con las cabezonadas -tú casándote y yo haciéndome demasiado viejo-; ésta es la única política que puede convenimos.

Hasta muy pronto, eso espero; escríbeme sin demasiado retraso créeme, después de rogarte que digas muchas cosas buenas de mi parte a la madre, la hermana y la novia.

Tu hermano que mucho te quiere. ¡Ah!... no quiero olvidarme de decirte una cosa, en la cual he pensado con mucha frecuencia. Por una completa casualidad he hallado en un viejo periódico una frase escrita sobre una antigua tumba en los alrededores de aquí, en Carpentras. Fíjate en este epitafio, muy, muy, muy antiguo; del tiempo –digamos - de la Salambó de Flaubert. «Thébé, hija de Thelhui, sacerdotisa de Osiris, que nunca se quejó de nadie». Si ves a Gauguin, cuéntaselo. Y pensé en una mujer marchita; tú tienes en tu casa el estudio de esa mujer que tenía los ojos tan extraños y que yo había encontrado por otra casualidad.

¿Qué significa esto de «ella nunca se quejó de nadie»? Imagínate una eternidad perfecta -¿por qué no?-; pero no olvidemos que la realidad en los siglos antiguos tiene esto: «y ella nunca se quejó de nadie».

¿Te acuerdas de un domingo en que el bueno de Thomas vino a vernos y que dijo: «¡Ah!, pero, ¿son mujeres como éstas las que os excitan?» No; ésta precisamente no siempre excita; pero en fin, de vez en cuando, en la vida, uno se siente desconcertado como si echara raíces en el suelo. Ahora me hablas del «verdadero Mediodía» y yo decía que, en fin, me parecía un lugar conveniente para gente más completa que yo. El «verdadero Mediodía» ¿no será tal vez el lugar que ofrezca una razón, una paciencia, una serenidad suficiente para volverse como esta buena «Thébé, hija de Thelhui, sacerdotisa de Osiris, que nunca se quejó de nadie»? A su lado, me siento como un ser ingrato. A ti y a tu mujer, en ocasión de tu boda, esa sería la alegría, la serenidad que pediría para vosotros dos: poseer interiormente este verdadero mediodía en el alma.

Si quiero que esta carta salga hoy es necesario que la termine; un apretón de manos, buen viaje y muchas cosas a la madre y la hermana.
Todo tuyo.

Vincent.

Principios de abril de 1889.

Me encuentro muy bien desde hace unos días, salvo un cierto fondo de vaga tristeza difícil de definir -pero en fin - más bien he cobrado fuerzas físicas, en lugar de perderlas, y trabajo.

Tengo justamente sobre el caballete un vergel de melocotones al borde de un camino, con los pequeños Alpes al fondo. Parece que en el Fígaro ha salido un buen artículo sobre Monet; Roulin lo había leído y se había impresionado, decía. Felizmente, el tiempo es bueno y el sol radiante; y la gente de aquí no tarda en olvidar momentáneamente todas sus penas y resplandece de animación y de ilusiones.

He releído estos días los Cuentos de Navidad de Dickens, donde hay cosas profundas que conviene leer a menudo; tienen enormes conexiones con Carlyle.

Roulin, aunque no sea ni remotamente lo bastante viejo para ser para mí como un padre, tiene sin embargo severidades silenciosas y ternuras como las tendría un viejo soldado para un novato. Siempre -pero sin una palabra - un no sé que, que parece querer decir: no sabemos que nos sucederá mañana; pero sea lo que sea, piensa en mí. Y esto ayuda cuando viene de un hombre que no es ni agrio, ni triste, ni perfecto, ni feliz, ni siempre irreprochablemente justo. Pero tan buen muchacho y tan cuerdo y tan inquieto y tan creyente. Escucha, no tengo derecho a quejarme de cualquier cosa de Arlés, cuando pienso en algunos que he visto y que nunca podré olvidar.

Vincent.

Signac me ha pedido que vaya a encontrarme con él en Cassis; pero visto que aun sin esto ya tenemos bastantes gastos, cualquier cosa que yo haga o que tú hagas, no nos lo permiten nuestros medios.

21 de abril de 1889.

Para fin de mes desearía ir otra vez al hospicio de Saint-Rémy o a otra institución de este género, de la cual el Sr. Salles me habló. Excúsame de entrar en detalles, para hablar exclusivamente del pro y el contra de una mudanza de ese tipo. Hablar de eso me va a traer dolores de cabeza. Creo que bastará que te diga que me siento decididamente incapaz de recomenzar, de reinstalar un nuevo taller y de quedarme solo aquí, en Arlés o en otra parte; sigue siendo igual por ahora; he tratado de habituarme a la idea de recomenzar; sin embargo, por el momento no es posible. Tendría miedo de perder la facultad de trabajar, que retorna ahora, forzándome, y cargando, además, con todas las otras responsabilidades encima, de tener un taller.

Y temporalmente deseo quedar internado; tanto para mi propia tranquilidad, como para la de los demás.

Lo que me consuela un poco es que comienzo a considerar la locura como una enfermedad como cualquiera otra y acepto la cosa como tal; mientras que, en las crisis mismas, me parecía que lo que imaginaba era la realidad. En fin, justamente no quiero pensar ni hablar de ello. Permíteme evitar las explicaciones; pero a ti. a los Sres. Salles y Rey les pido que para fin de mes o para los comienzos del mes de mayo me admitan allá como pensionista internado.

Recomenzar esta vida de pintor como hasta ahora, aislado luego en el taller y sin más recurso para distraerse que ir a un café o a un restaurante, con toda la crítica de los vecinos, etc... yo no puedo; ir a vivir con otra persona, aunque fuera otro artista -difícil, muy difícil - es tomar sobre sí una responsabilidad demasiado grande. No me atrevo ni siquiera a pensarlo.

En fin, comencemos por 3 meses; después veremos; la pensión debe ser alrededor de 80 francos y me dedicaré un poco al dibujo y a la pintura, sin poner tanto ardor como el año pasado. No te apenes por todo esto. Ocurre que estos días, desocupar la casa, transportar todos mis muebles, embalar las telas que te enviaré, era todo muy triste; pero me parecía más triste todavía después de tanta fraternidad, todo esto me lo habías dado tú y durante tantos años eras tú solo el único que me sostenía, y al final tener que repetirte toda esta triste historia; pero me es muy difícil expresar lo que sentía entonces. La bondad que has tenido conmigo no se ha perdido, pues si la tuviste, queda; así que, aun cuando los resultados materiales fueran nulos, aún con más razón te queda; pero no puedo decirlo como lo sentía.

Ahora, ya comprenderás que si mi locura ha venido por culpa del alcohol, habrá sido muy poco a poco y también se irá muy poco a poco, en caso de que se vaya, por supuesto. O si vino por fumar, pues lo mismo. Eso es lo único que deseo -la curación - sin la asombrosa superstición de ciertas personas respecto del alcohol, de manera que ellas mismas se privan de beber y fumar. Empiezan por recomendarnos que no mintamos ni robemos, etc.. ni cometamos crímenes grandes o pequeños, y qué complicado sería si fuera absolutamente indispensable no poseer nada más que virtudes en una sociedad en la cual estamos indudablemente muy enraizados, sea buena o mala.

Te aseguro que en estos extraños días, en que tantas cosas me parecen grotescas porque mi cerebro está agitado, no logro detestar al tío Panglos.

Pero me harás el favor de tratar la cuestión sin rodeos con el señor Salles y el señor Rey. Me parece que con una pensión de unos setenta y cinco francos por mes debe haber forma de internarme, y tener todo lo necesario. Después me gustaría mucho, si fuera posible, poder salir durante el día para ir a dibujar o pintar afuera. En vista de que aquí salgo todos los días y creo que esto puede continuar. Pagando más, te advierto que seré menos feliz. La compañía de otros enfermos, creo que lo entiendes, no me es desagradable del todo; por el contrario, me distrae. La alimentación común me viene muy bien sobre todo si me dieran un poco más de vino allá, como aquí, de lo que acostumbran: medio litro en lugar de un cuarto, por ejemplo. Pero una habitación individual, falta saber cómo serán los reglamentos de una institución como ésta: Piensa que Rey anda sobrecargado de trabajo; sobrecargado; si él te escribe o el señor Salles, vale más hacer directamente lo que ellos digan. En fin, es preciso decidirse, querido Théo; las enfermedades de nuestro tiempo -no son en suma más que un acto de justicia, si hemos vivido años de salud relativamente buena, tarde o temprano nos ha de tocar nuestra parte. En cuanto a mí, comprenderás que no habría escogido precisamente la locura si hubiera podido elegir, pero cuando a uno le cae una carga semejante, ya no pesca nada más. Al menos, quizás me quede también el consuelo de continuar trabajando un poco en la pintura. ¿Cómo harás para no hablarle a tu mujer, ni bien ni mal, de París y de ciertas cosas? ¿Te sientes de antemano completamente capaz de guardar la justa medida siempre, desde cualquier punto de vista? Un firme apretón de manos; no sé si te escribiré muy, muy seguido, porque todos mis días no son bastante lúcidos como para escribirte con un poco de lógica. Todas tus bondades para conmigo las he encontrado hoy más grandes que nunca; no lo puedo decir como lo siento, pero te aseguro que esa bondad ha sido de buena ley y si no ves los resultados, mi querido hermano, no te apenes por esto; te quedará la bondad.

Solamente, vuelca este afecto sobre tu mujer tanto como te sea posible. Y si nos entendemos un poco menos verás que si ella es tal como creo, te consolará. Eso es lo que espero. Rey es un hombre muy dispuesto, terriblemente trabajador, siempre atareado. ¡qué gente, los médicos de hoy!... Si ves a Gauguin o si le escribes, dile muchas cosas de mi parte. Me alegraría mucho tener algunas noticias de lo que dices de mi madre y de mi hermana; y si se encuentran bien, diles que tomen mi historia -¡a fe mía!... como algo por lo que no deben afligirse desmedidamente, porque soy relativamente desgraciado, pero quizás me queden todavía, a pesar de esto, algunos años casi normales en perspectiva. Es una enfermedad como cualquier otra y actualmente casi todos los que conocemos como nuestros amigos, tienen algo. Así pues, ¿vale la pena hablar? Lamento causar molestias al señor Salles, a Rey, y sobre todo a ti pero ¿qué quieres?, la cabeza no tiene aplomo suficiente para recomenzar como antes -entonces se trataba de no provocar más escenas en público y naturalmente, un poco calmado ahora, siento de pronto que estaba en un estado malsano, moral y físicamente. Y la gente se portó bien conmigo; los que me vienen a la memoria y los otros; en fin, he causado inquietud y si hubiera vivido en una situación normal todo esto no hubiera tenido lugar. Adiós; escribe cuando puedas.

Todo tuyo.

Vincent.

He ido a ver al señor Salles con tu carta para el director del asilo de Saint-Rémy, y él va hoy mismo; así que espero que para fin de semana ya quede todo arreglado. No me sentiría infeliz ni descontento, si dentro de algún tiempo pudiera engancharme en la legión extranjera por 5 años (creo que admiten hasta los 40 años). Mi salud, desde el punto de vista físico, va mejor que antes y quizás me sentara bien, además de hacer un servicio. En fin, yo no digo que se deba o pueda hacer esto sin reflexionar ni consultar a un médico; pero en fin, es preciso tener en cuenta que cualquier cosa que hagamos saldrá siempre un poco menos bien que ésta. Desde luego todavía no; mientras vaya tirando, me quedará el pintar o dibujar, cosa que por cierto no rechazo del todo.

Para ir a París o para ir a Pont-Aven, no me siento capaz; además me paso la mayor parte del tiempo vacío de deseos o de pesares. Por momentos, así como contra los sordos acantilados se estrellan desesperadas las olas, siento una tormenta de deseo de abrazar, tal vez, una mujer de la clase puta barata; pero en fin, hay que tomar todo esto por lo que es, un efecto de sobreexcitación histérica más bien que visión de exacta realidad...

¡Ah! ... mi querido Théo, ¡si vieras los olivos en esta época! ... El follaje de plata vieja verdeando contra el azul. Y la tierra labrada, de un tono anaranjado. Es algo muy distinto de lo que se piensa en el Norte; ¡algo tan fino, tan distinguido! Es como los sauces de nuestras praderas holandesas o los macizos de encinas de nuestras dunas; es decir, que el murmullo de un vergel de olivos tiene algo de muy íntimo, de inmensamente viejo. Es demasiado bello para que yo me atreva a pintarlo, o pueda concebirlo. El laurel rosa -¡ah!- es algo que habla de amor y es hermoso como el Lesbos de Puvis de Chavannes, donde estaban las mujeres a la orilla del mar. Pero el olivo es otra cosa; es, si se lo quiere comparar con algo, un Delacroix.

30 de abril de 1889.

Cuánta razón tenía Delacroix, que se alimentaba solamente de pan y de vino y que logró encontrar una manera de vivir en armonía con su profesión.

Pero siempre queda la fatal cuestión del dinero. Delacroix tenía rentas. Corot también. Y Millet - era aldeano e hijo de aldeanos...- El agua de una inundación ha subido hasta pocos pasos de la casa; y era lógico que la casa, que se había quedado sin fuego en mi ausencia, rezumase a mi regreso agua y salitre por las paredes.

Esto me produjo mal efecto; no solamente el taller sumergido, sino hasta los estudios, que hubieran sido un recuerdo, anegados; es algo ya definitivo; y mi impulso por fundar algo muy simple pero duradero, me había ilusionado tanto. Ha sido luchar contra fuerzas mayores; o más bien ha sido debilidad de carácter por mi parte, porque me quedan remordimientos graves, difíciles de definir. Yo creo que esto ha sido la causa de que haya gritado tanto en las crisis; yo quería defenderme y ya no podía más. Ya que este taller hubiese podido servir no a mi, sino a pintores tales como el desdichado de quien habla este artículo.

El Sr. Salles estuvo en Saint-Rémy; pero ellos no quieren dejarme pintar fuera del establecimiento, ni aceptarme por menos de 100 francos. Estos informes son pues muy malos. Si alistándome en la Legión Extranjera pudiera salir del paso, creo que lo preferiría.

2 de mayo de 1889.

Me gustaría enrolarme; pero me da miedo (como en la ciudad ya conocen todos el accidente) que aquí me rechacen; lo que temo entonces, o más bien lo que me vuelve tímido, es la posibilidad, la probabilidad aquí, de una negativa. Si yo tuviera alguna certidumbre de que podría alistarme por cinco años en la legión, iría. Pero sucede que no quiero que esto sea considerado como un nuevo acto de locura de mi parte; y es por esto que te insisto, así como al señor Salles, para que cuando vayáis, actuéis con toda serenidad y reflexión...

Quizá, me digo; en fin, sea lo que sea, si yo supiera que me iban a aceptar, iría a la legión. Es que me he vuelto tímido y vacilante desde que vivo maquinalmente.

Entretanto, la salud marcha muy bien y trabajo un poco. Tengo en preparación una avenida de almendros con flores rosas, con un pequeño cerezo en flor y una planta de glicina y el sendero del parque manchado de sol y sombra. Hará juego con el jardín que está en el marco de nogal.

Si te hablo de enrolarme por cinco años, no vayas a pensar que hago esto con idea de sacrificarme o de hacer el bien. Yo estoy «atravesado» en la vida y mi estado mental no sólo es sino que ha sido también abstracto, de manera que cualquier cosa que se haga por mí, no puedo pensar en equilibrar mi vida. Cuando debo seguir una regia, como aquí en el hospicio, me siento tranquilo. Y en el servicio, pasaría más o menos lo mismo. Claro que aquí me arriesgo mucho a que me rechacen, porque saben que soy alienado o epiléptico probable por lo menos (a lo que he oído decir, hay 50 mil epilépticos en Francia, de los cuales solamente 4.000 internados; así que no es tan extraordinario) quizás en París, hablándole por ejemplo a Détaille o a Caran d'Ache, me incorporarían pronto. Podrá parecer una cabezonada no peor que otra; en fin, reflexionemos, pero para obrar. Mientras tanto, hago lo que puedo por trabajar no importa en qué, incluyendo la pintura; tengo una buena voluntad aceptable. Pero el dinero que cuesta la pintura... es algo que me aplasta bajo una sensación de deuda y de cobardía; y convendría que cesara tan pronto como fuera posible.

3 de mayo de 1889.

¡Ah!... lo que me dices de Puvis y de Delacroix, es extremadamente cierto; ellos han demostrado lo que podía ser la pintura pero no confundamos las cosas, cuando hay distancias inmensas. Si lo admitimos, yo como pintor no significaría nunca nada de importancia; lo siento absolutamente. Suponiendo que todo cambiara, el carácter, la educación, las circunstancias, entonces hubiera podido existir esto o aquello. Pero somos muy positivos para confundir. Me arrepiento a veces de no haber guardado simplemente la paleta holandesa de tonos grises y ponerme a esbozar sin insistir los paisajes en Montmartre.

También pienso recomenzar a dibujar con la pluma de caña, lo que, como las vistas de Montmajuor del año pasado, es menos caro y me distrae igual. Hoy he visto uno de esos dibujos que se ha vuelto muy negro y demasiado melancólico para la primavera, pero en fin, suceda lo que suceda y en cualesquiera circunstancias ésta es una cosa que puedo conservar mucho tiempo como ocupación; y en cierto modo hasta podría llegar a ser un medio de ganarme el pan...

Tengo una cierta esperanza de que, con lo que en suma sé de mi arte, llegará un día en el cual produciré, aun cuando sea en el asilo. ¿De qué me serviría la vida ficticia de artista en París, con la cual no viviría engañado más que a medias y para lo cual me falta además, la audacia primitiva indispensable para arrojarme?

Físicamente es asombroso lo bien que me encuentro; pero no hasta de ningún modo para considerarlo punto de apoyo, para creer que sea lo mismo mentalmente.

Me gustaría mucho, cuando allí ya empezaran a conocerme, probar a convertirme en enfermero poco a poco; en fin, trabajar no importa en qué y recobrar ocupación -la primera que venga. Tendré terriblemente necesidad del tío Pangloss, porque naturalmente sucederá que me volveré a enamorar. El alcohol y el tabaco tienen, esto de bueno o de malo -es un poco relativo esto - que son antiafrodisíacos, habría de nombrarlos, creo. No siempre despreciables en el ejercicio de las bellas artes. En fin, allí me tocará la necesidad de olvidarme por completo de mentir. Porque la virtud y la sobriedad, mucho temo, me arrastrarían a esos parajes donde por lo general acabo perdiendo inmediatamente la brújula y donde esta vez debo tratar de sentir menos pasión y más bondad. Lo posible pasional significa poco para mí; en tanto que sin embargo queda, me atrevo a creer, la potencia de sentirse ligado a los otros seres humanos con los cuales hay que vivir.

¿Cómo se encuentra el tío Tanguy?

Debes saludarlo por mi.

Oigo decir en los diarios que hay cosas muy buenas en el Salón. Escucha -no te hagas impresionista exclusivo; en fin, si hay algo bueno en otra parte no lo perdamos de vista. Es verdad, el valor está progresando precisamente por los impresionistas, hasta cuando se extravían; pero Delacroix ha sido ya más completo que ellos. Y en verdad Millet, que no tiene casi color... ¡qué obra la suya! La locura es saludable por esto: que uno se vuelve quizá menos exclusivo... ¡Ah... pintar rostros como Claude Monet pinta los paisajes! Eso es lo que falta hacer a pesar de todo, y antes de que en rigor sólo se identifique a Monet con los impresionistas. Porque en fin, en rostros, Delacroix, Millet, muchos escultores han hecho cosas mucho mejores que los impresionistas y que J. Breton...

Y así guardaremos siempre una cierta pasión por el impresionismo; pero yo siento que vuelvo más a las ideas que ya tenía antes de ir a París... Tengo en mi cuarto el célebre retrato de hombre -el grabado en madera que tú conoces - Una mandarina de Monorou (la gran plancha del álbum Bin); La brizna de hierba (del mismo álbum); La Piedad y El buen samaritano de Delacroix y El Lector de Meissonnier; después, dos grandes dibujos a la pluma de caña. Leo en este momento el Médico rural de Balzac, que es muy bello; hay allí una figura de mujer, no loca, pero muy sensible, que es muy encantadora; te lo enviaré cuando lo haya terminado. Tienen mucho sitio, aquí en el hospicio; habría como para hacer talleres para una treintena de pintores.

Es preciso que decida de una vez; no deja de ser cierto que un montón de pintores se vuelven locos; es la vida que lo vuelve a tino, por decir lo menos, muy abstraído. Si me meto de lleno en el trabajo, está bien; pero siempre quedo afectado.

Si pudiera enrolarme por 5 años me curaría considerablemente y sería más razonable y más dueño de mí. Pero una cosa o la otra me es igual.

SAINT – REMY

(3 de mayo 1889-16 de mayo de 1890)

8-9 de Mayo 1889.

Mi querido Théo:

Gracias por tu carta. Tienes mucha razón en decir que el señor Salles ha estado perfecto en todo esto; tengo mucho que agradecerle. Quisiera decirte que creo que hice bien en venir aquí; primero, al ver la realidad de la vida de los locos o tocados en este circo1 de fieras, pierdo el vago temor, el miedo a eso. Y poco a poco puedo llegar a considerar la locura como cualquier otra enfermedad. Después, el cambio de ambiente, me ha hecho bien. Por lo que sé, el médico de aquí está inclinado a considerar lo que he tenido como un ataque de naturaleza epiléptica. Pero después no le he preguntado.

Habrás recibido ya la caja de cuadros. Estoy ansioso de saber si se resintieron o no. Tengo otros dos en preparación -flores de iris violetas y un macizo de lilas; dos motivos tomados en el jardín.

La idea del deber de trabajar vuelve de a poco y creo que todas mis facultades para el trabajo me volverán bastante pronto. Sólo que el trabajo me absorbe con frecuencia de tal modo que creo que me quedaré siempre abstraído e incapaz también de saber desenvolverme en el resto de mi vida.

9 de mayo de 1889.

Es bastante gracioso que el resultado de este terrible ataque sea que en mi mente queden apenas algunos deseos o esperanzas muy claras; y me pregunto si pensar de esa manera, cuando las pasiones ya están algo extinguidas, obedece a que bajamos por la montaña en lugar de subirla. En fin, hermana, si usted puede creer, o casi, que siempre va todo de la mejor manera en el mejor de los mundos, entonces podrá creer igualmente que París es la mejor de las ciudades. ¿Ha observado ya que los viejos caballos de tiro tienen grandes y hermosos ojos afligidos como algunas veces los cristianos? Sea como sea, nosotros no somos salvajes ni aldeanos y tenemos quizás hasta el deber de amar la civilización, (así llamada). En fin, sería probablemente hipócrita decir o creer que París es malo, cuando se vive en él. Por otra parte, la primera vez que se ve París parece todo allí contra la naturaleza, sucio y triste.

En fin, el que no ama a París no ama la pintura ni a aquellos que directa o indirectamente se ocupan de ella, porque es más que dudoso que esto sea bello o útil.

¿Pero qué quiere? Hay personas que aman la naturaleza aunque estén lelas o enfermas, ahí se ven los pintores; después están los que aman lo que hace la mano del hombre y éstos hasta llegan a amar los cuadros. Aunque haya aquí algunos enfermos muy graves, el miedo, el horror que yo tenía antes de la locura, ya se ha suavizado mucho.

25 de mayo de 1889.

Lo que dices de la Berceuse me causa placer; es muy justo que la gente del pueblo que se paga los cromos y escucha con sentimentalismo los organillos, esté vagamente en lo cierto y sea quizá más sincera que algunos mundanos elegantes que van al Salón.

A Gauguin, si quiere aceptarlo, le darás un ejemplar de la Berceuse, el que no estaba montado sobre bastidor; y a Bernard también, como testimonio de amistad. Pero si Gauguin quiere los girasoles, no deja de ser justo que a cambio te de algo que te guste de igual modo.

El mismo Gauguin tardó en apreciar sobre todo los girasoles, aunque ya hacía tiempo que los conocía.

Falta saber aún que si los pones en ese sentido, o sea la Berceuse en el medio y los girasoles, es decir, las dos telas, a derecha e izquierda, pueden formar un tríptico.

Y entonces los tonos amarillos y anaranjados de la cabeza cobran más esplendor por la vecindad de los paneles amarillos. Y entonces comprenderás lo que te escribía, que mi idea había sido hacer una decoración que sería, por ejemplo, para el fondo del camarote de un navío. Entonces alargándose el formato, la factura sumaria cobra su razón de ser. El marco del medio es entonces el rojo. Y los dos girasoles que lo acompañan son los enmarcados con varillas. Ves que este enmarcamiento de simples latas queda bastante bien y un marco como éste cuesta muy poco. Quizá conviniera también enmarcar así las viñas rojas, el sembrador, los sillones y el interior del dormitorio.

Añado una nueva tela de 30, trivial todavía como un cromo de bazar que representa los eternos nidos de verdura para los enamorados. Gruesos troncos de árboles cubiertos de musgo, el suelo también cubierto de musgo y de vinca per vinca, un banco de piedra y un macizo de rosas pálidas en la sombra fría. En el primer plano algunas plantas de cálices blancos. Es verde, violeta y rosa.

No se trata -lo que falta desgraciadamente a los cromos de bazar y a los organillos - de poner estilo. Desde que estoy aquí en el jardín desolado crece alta y mal cuidada una hierba entremezclada de cizañas diversas, que me ha bastado para trabajar y todavía no he salido afuera. Sin embargo, el paisaje de Saint-Rémy es muy bello y con el tiempo saldré a dar algunos paseos, (probablemente). Pero quedándome aquí, naturalmente, el médico ha podido ver mejor lo que era y se sentirá, supongo, más tranquilo sobre lo que puede dejarme pintar. Te aseguro que estoy bien aquí y que por el momento no veo razón, en lo más mínimo, para ir a una pensión en París o sus alrededores. Tengo un pequeño cuarto empapelado de gris, verde, con dos cortinas verde de agita con dibujos de rosas muy pálidas, reavivadas con delgados trazos de rojo sangre. Estas cortinas, probablemente de algún rico arruinado y difunto, son muy lindas en cuanto al dibujo. De la misma fuente proviene con seguridad un sillón muy gastado, recubierto de una tapicería manchada a lo Díaz o a lo Monticelli, pardo, rojo, rosa, blanco, crema, negro, azul miosotis y verde botella; a través de la ventana con rejas de hierro percibo un cuadro de trigo en un cercado, una perspectiva a lo van Goyen; por encima, cada mañana veo levantarse el sol en toda su gloria. Con esto -como hay más de 30 cuartos vacíos - tengo un cuarto más para trabajar.

La comida es regular. Se nota naturalmente un poco de moho, como en un restaurante con cucarachas en París o en un pensionado. Estos infelices, como no hacen absolutamente nada (ni un libro, para distraerles no hay más que un juego de bolos y uno de damas) no tienen otra distracción diaria que atiborrarse de garbanzos, habichuelas, lentejas y otros especies y artículos coloniales, en cantidades regulares y a horas establecidas. Como su digestión ofrece ciertas dificultades, colman así sus días, de una manera tan inofensiva como poco costosa.

Pero no te engaño, el miedo de la locura se me pasa considerable mente viendo de cerca a aquellos que ya andan aquejados, con la misma facilidad con que luego pueda aquejarme a mí, puedo a continuación estarlo muy fácilmente. Antes esos seres me repugnaban y era algo desolador para mí pensar que tanta gente de nuestro oficio: Troyon, Marchal, Méyron, Jundt, Maris, Monticelli y un montón más, habían terminado así.

No podía ni siquiera representármelos en lo más mínimo, en este estado. ¡Pues bien!... ahora pienso en todo esto sin temor, es decir, que no lo encuentro más atroz que si estas personas hubieran muerto de otra cosa, de la tisis o de la sífilis, por ejemplo.

A estos artistas los veo recobrar su porte sereno y ¿crees que sea poca cosa volver a encontrar a los antiguos del oficio? Eso es lo que me reconforta tan profundamente.

Porque, aunque haya quienes aúllen o suelan estar locos, hay aquí mucha amistad verdadera entre unos y otros; ellos dicen: hay que aguantar a los demás para que los demás nos toleren; y otros razonamientos muy justos que ponen así en práctica. Y entre nosotros nos comprendemos muy bien; yo puedo, por ejemplo, hablar alguna vez con alguien que no me responde más que con sonidos incoherentes porque no tiene miedo de mí. Si alguno cae en una crisis los otros lo cuidan e intervienen para que no se lastime.

Y lo mismo sucede con aquellos que tienen la manía de agredirse siempre. Los residentes más antiguos de la casa de salud acuden y separan a los combatientes en plena pelea. Es cierto que también hay algunos casos más graves, sea porque son muy sucios, o sea, por peligrosos. Estos están en otro patio. Ahora tomo dos veces por semana un baño en que permanezco dos horas; además el estómago anda infinitamente mejor que hace un año; no tengo, pues, más que seguir como estoy.

Aquí gasto menos que en otra parte, creo, teniendo en cuenta que aquí trabajo sobre el terreno porque la naturaleza es muy bella. Mi esperanza sería que al cabo de un año estuviera mejor que ahora, en lo que puedo y en lo que quiero. Entonces se me ocurría, poco a poco, algo para recomenzar. Volver a París o a cualquier sitio, en la actualidad no me atrae; aquí me encuentro muy bien. La mayor parte de los que están aquí sufren, por lo que veo, al cabo de años, de un amodorramiento extremo.

Así que mi trabajo me preservará de esto, hasta cierto punto.

La sala que tenemos para los días de lluvia es como una sala de espera de tercera clase, de las que se estilan en algunos lugares; tanto más, cuanto que hay honorables alienados que llevan siempre un sombrero, anteojos, un bastoncillo y vestido de viaje, casi como en los baños de mar y que fingen allí ser pasajeros.

No tengo más remedio que pedirte algunos colores y sobre todo tela. Cuando te envíe las cuatro telas que tengo en preparación del jardín, verás que como la vida pasa sobre todo en el jardín, no es tan triste esto. Ayer dibujé una gran mariposa nocturna, bastante rara, que se llama cabeza del muerto, de un colorido distinguido y asombroso, negro, gris, blanco matizado de reflejos acarminados o que giran vagamente sobre el verde oliva; es muy grande. Para pintarla, hubiera tenido que matarla y esto era una lástima, con lo bello que era el animalito.

Te enviaré el dibujo con algunos dibujos de plantas.

Esta mañana he mirado la campiña desde mi ventana largo tiempo, antes de la salida del sol; no había más que la estrella matutina, que parecía muy grande Daubigny y Rousseau han hecho esto, sin embargo, con la expresión de toda la intimidad y toda la gran paz y majestad que esto tiene y agregando un sentimiento muy encantador muy personal. Estas emociones yo no las detesto.

Tengo siempre enormes remordimientos, cuando pienso en mi trabajo tan poco en armonía con lo que hubiera deseado hacer. Espero que con el tiempo, esto me llevará a realizar mejores cosas; pero todavía falta... Ya ves, casi un mes que estoy aquí, ni una sola vez me ha venido el menor deseo de ir a otro sitio; la voluntad para volver a trabajar sólo se ha afirmado un poquito... ¿Has leído el nuevo libro de Guy de Maupassant, Fuerte como la muerte; cuál es el tema? Lo que yo he leído en esta categoría, era en último término El sueño de Zola; encontré muy bella la figura de mujer, la bordadora y la descripción del bordado, todo en oro. Precisamente, porque esto es como una cuestión de color de distintos amarillos, enteros y quebrados. Pero la figura de hombre me pareció poco viva y la gran catedral también me despertó la melancolía. Solamente este realce lila y azul negro, hace, si se quiere, resaltar la figura rubia. Pero, en fin, ya hay cosas de Lamartine como éstas. ¿Qué podría decirte de nuevo?; no mucho. Tengo en preparación dos paisajes (telas de 30), de vistas tomadas en las colinas; una es la campiña que percibo desde la ventana de mi habitación. En primer plano, un campo de trigo asolado y tronchado, después de una tormenta. Una tapia y del otro lado, el gris verde de algunos olivos, cabañas y colinas. En fin, en lo alto de la tela, una gran nube blanca y gris sumergida en el azul.

Este es un paisaje de una extremada simplicidad -también en cuanto al colorido. Haría juego con ese estudio de dormitorio, que está deteriorado. Cuando la cosa representada, en tanto estilo, es una y está perfectamente de acuerdo con la manera de representarla, ¿no reside en eso la permanencia de algo de arte? Eso explica que un pan casero, en cuestión de pintura, sea sobre todo bueno cuando está pintado por Chardin.

Por ejemplo, el arte egipcio lo que lo hace extraordinario ¿no son esos serenos reyes calmos, sabios, dulces y buenos, que parecen no poder ser otra cosa que lo que son eternamente: agricultores adoradores del sol? Así, los artistas egipcios, que tenían una fe y trabajaban por sentimiento e instinto, expresan todas esas cosas inefables: la bondad, la paciencia infinita, la sabiduría, la serenidad, por medio de ciertas sabias curvas y proporciones maravillosas. Quiero decir una vez más que cuando la cosa representada y la manera de representarla concuerdan, el todo tiene estilo y permanencia.

Cuando veo un cuadro que me interesa mucho, me pregunto siempre involuntariamente «¿en qué casa, en qué cuarto, en casa de qué persona quedará bien, estará en su sitio?».

Así los cuadros de Hals, de Rembrandt, de V. D. Meer, no están en su sitio más que en la antigua casa holandesa.

Siempre pasa que si un interior no está completo sin una obra de arte, un cuadro no lo está tampoco si no hace juego con un ambiente original y que resulte de la época en la cual ha sido producido. Y yo no sé si los impresionistas valen más que su tiempo o no valen tanto aún. En una palabra: ¿Hay almas e interiores de casa más importantes que lo que ha sido expresado por la pintura? Me siento inclinado a creerlo... En el paisaje de aquí, muchas cosas hacen pensar a menudo en Ruysdael; pero la figura de los labradores falla.

Entre nosotros, por todas partes y en cualquier época del año se ven hombres, mujeres, niños, animales trabajando; y aquí ni siquiera un tercio equivale al trabajador franco del norte. El de aquí parece que trabaje con mano torpe y descuidada, sin ánimo. Quizá sea ésta una idea equivocada que me hago; lo supongo al menos, no siendo del país. Pero esto deja las cosas más frías de lo que permite creer de Tartarín, que tal vez lleva ya muchos años expulsado con toda su familia. Por eso, me siento tentado de recomenzar con los colores más simples, los ocres por ejemplo. ¿Acaso un van Goyen o un Michel es feo porque esté pintado, totalmente en óleo, con muy poco color neutro?

19 de junio de 1889.

En fin, tengo un paisaje con olivos y también un nuevo estudio de cielo estrellado. Aun sin haber visto las últimas telas, ni de Gauguin ni de Bernard, estoy bastante persuadido de que estos dos estudios que te cito son de un sentimiento paralelo.

Cuando hayas visto algún tiempo, estos dos estudios, lo mismo que aquel del musgo, podrás mejor que con palabras darte una idea de las cosas, que Gauguin, Bernard y yo hemos hablado algunas veces y que nos han preocupado; no es una vuelta al romanticismo o a las ideas religiosas, no. Sin embargo, más allá de Delacroix, más de lo que esto parece, por el color y un dibujo más voluntario que la exactitud del que engaña la vista, se expresara una naturaleza de campo pura que los arrabales, los cabarets de París.

Se busca pintar seres humanos, igualmente más serenos y más puros que los que Daumier tenía bajo sus ojos; pero quede claro que hay que seguir a Daumier para dibujar esto.

Que esto exista o no, lo dejamos aparte; pero creemos que la naturaleza se tiende al otro lado de Saint-0uen.

Quizá leyendo a Zola continuamos emocionándonos con el sonido del puro francés de Renan, por ejemplo. Gauguin, Bernard y yo quizá quedemos en el camino, no venceremos; pero tampoco caeremos vencidos; quizás estemos aquí no el uno para el otro, sino para consolar o para preparar una pintura más consoladora.

Lo que sí me sería muy agradable tener aquí, para leer de cuando en cuando, sería un Shakespeare. Hay a un chelín «Dicks shilling Shakespeare», que está completo.

Las ediciones no faltan y creo que las baratas no son muy distintas de las mas caras.

En todo caso, no querría que costaran más de tres francos.

25 de junio de 1889.

Dos estudios de cipreses de este difícil matiz verde botella, he trabajado en ellos los primeros planos con empastamiento de blanco de albayalde, lo que da firmeza a los terrenos.

Creo que muy a menudo los Monticelli estaban preparados así. Arriba se pasa entonces otro color. Pero no sé si las telas son bastante fuertes para este trabajo...

He releído con mucho gusto Zadig o el destino, de Voltaire. Es como Cándido. Ahí al menos, la fuerza del autor hace entrever que queda una posibilidad de que la vida tenga un sentido, «aunque cuando conversan convienen en que las cosas de este mundo no marchan siempre al gusto de los más sabios». Tengo un campo de trigo muy amarillo y muy claro, tal vez la tela mas clara que haya hecho.

Los cipreses me preocupan siempre; quisiera hacer algo como las telas de los girasoles, porque me sorprende que nadie los haya hecho todavía como yo los veo. En cuanto a líneas y proporciones, es bello como un obelisco egipcio. Y el verde es de una calidad tan distinguida. Es una mancha negra en un paisaje lleno de sol; pero es una de las notas negras más interesantes, de las más difíciles de captar exactamente, que pueda imaginar.

Luego hay que verlos aquí, contra el azul, en el azul para decir mejor. Para hacer la naturaleza, aquí como en cualquier parte, se precisa estar mucho tiempo. Así un Monthénard no me da la nota verdadera e íntima, porque la luz es misteriosa y Monticelli y Delacroix sentían esto. Pisarro lo decía muy bien hace tiempo; y Yo estoy todavía muy lejos de poder hacerlo como él decía que se debía hacer. Me pondría muy contento si pudieras mandarme pronto los colores; pero hazlo como puedas, sin molestarte mucho...

Creo que de estas dos telas de cipreses, aquella de la cual hago el croquis será la mejor. Los árboles son muy grandes y macizos. Un primer plano muy bajo con zarzas y malezas. Detrás de las colinas violetas un cielo verde y rosa con una luna creciente. El primer plano sobre todo está muy empastado, con mechones de zarzas que tienen reflejos amarillos, violetas y verdes.

Asimismo, te agradezco muy cordialmente el Shakespeare. Me ayudará a no olvidar el poco de inglés que sé; pero, sobre todo, es tan bello. He comenzado a leer la serie que más ignoro; lo que en otro tiempo, por andar distraído en otra cosa o por no tener tiempo, me era imposible leer: La serie de los reyes; he leído ya Ricardo II, Enrique IV y la mitad de Enrique V. Yo leo sin reflexionar si las ideas de la gente de aquellos tiempos son las mismas que las nuestras, o qué resultan cuando se las contrapone a las creencias republicanas, socialistas de nuestro tiempo, porque las voces de esa gente que en el caso de Shakespeare nos llegan desde una distancia de varios siglos, no nos parecen desconocidas.

Son tan vibrantes que parece que se las reconoce y ve.

Así, lo que sólo o casi sólo Rembrandt tiene entre los pintores, esa ternura en la mirada de los seres que vemos, sea en los Peregrinos de Emaús, sea en la Novia judía, sea en tal figura extraña de ángel como el cuadro que has tenido oportunidad de ver -esa ternura afligida, ese infinito sobrehumano entreabierto y que entonces parece tan natural, aparece en Shakespeare repetidas veces.

Y luego, los retratos graves o alegres, tales el Six y el Viajero y la Saskia; es sobre todo aquí, donde alcanza la plenitud...

A fin de que te hagas una idea de lo que tengo preparado, te envío hoy una decena de dibujos, todos de las telas en preparación. La última comenzada es el campo de trigo donde hay un pequeño segador y un gran sol. La tela es toda amarilla con excepción de la pared y del fondo de colinas violáceas. La tela, cuyo motivo es casi igual, es diferente en colorido, siendo de un verde grisáceo y un cielo blanco y azul...

5 de julio de 1889.

Aquí vivo sobriamente, porque tengo la posibilidad de hacerlo; antes bebía, porque de otra manera no sabía qué más hacer. ¡En fin, esto me es igual!... La sobriedad muy calculada - es cierto - lleva sin embargo a un estado de ánimo en el cual el pensamiento, si huye, huye sin interrupciones. En fin, es una diferencia como pintar gris o coloreado. Voy, en efecto, a pintar más gris.

Me he divertido mucho ayer leyendo Medida por medida. Después he leído Enrique VIII, donde hay pasajes tan bellos, como, por ejemplo, aquel de Bueckingham y las palabras de Wolsey después de su caída.

Veo que tengo la oportunidad de poder leer o releer esto a mis anchas, y después espero leer por fin Homero.

Afuera, las cigarras cantan desgañitándose, un grito estridente, diez veces más fuerte que el de los grillos, y la hierba quemada adquiere hermosos tonos de oro viejo. Las bellas ciudades del Mediodía están tan muertas como nuestras ciudades a lo largo del Zuyderzee, antes animadas. A pesar de la caída y la decadencia de las cosas, las cigarras, admiradas por el bueno de Sócrates, perduraron. Y aquí en verdad cantan todavía el antiguo griego.

¡Qué historia esta venta Sécretan!... Siempre me causa placer esto de que los Millet se mantengan. Pero me gustaría que hubiera más reproducciones buenas de Millet, para que el pueblo se enterara.

Durante muchos días he estado absolutamente extraviado como en Arlés, tanto si no peor, y es de presumir que estas crisis se irán repitiendo; es abominable. Llevo ya cuatro días sin poder comer, tengo la garganta inflamada. Si te cuento estos detalles, supongo que no es porque me guste quejarme, sino para probarte que no estoy en estado de ir a París o a Pont Aven, a menos que fuera a Charenton. Esta nueva crisis, mi querido hermano, me tomó en pleno campo, y cuando estaba pintando, un día de viento. Te enviaré la tela que he terminado a pesar de eso. Y precisamente era un ensayo más sobrio, de color mate sin apariencia, verdes quebrados, rojos y amarillos ferruginosos de ocre, tal como te decía que por momentos sentía el anhelo de recomenzar con una paleta como la del norte.

Agosto de 1889.

Ayer me puse otra vez a trabajar un poco –algo que veo desde mi ventana- un campo amarillo en plena labor; la oposición de la tierra labrada violácea con las fajas de rastrojo amarillo, fondo de colinas. El trabajo me distrae infinitamente más que cualquier otra cosa y si pudiera, cuando ya me sienta bien, dedicarme de lleno con toda mi energía, sería posiblemente el mejor remedio.

La imposibilidad de tener modelos, un montón de otras cosas, sin embargo, me frenan. En fin, debo ir aceptando las cosas con cierta pasividad y he de tener paciencia.

Septiembre de 1889.

Mi viejo, mi buen amigo, no olvidemos que las pequeñas emociones son los grandes capitanes de nuestras vidas y que las obedecemos sin saberlo. Aunque recobrar el valor ante las faltas cometidas o por cometer sería mi curación, no olvidemos que tanto nuestros «spleens» y melancolías, como nuestros sentimientos de bondad y de sentido común, no son nuestros únicos guías, ni, sobre todo, nuestros guardianes definitivos y que aunque tú también te encuentres frente al riesgo de duras responsabilidades, o una obligación, ¡a fe mía!... no nos ocupemos demasiado el uno del otro, ya que, fortuitamente, las circunstancias de vivir en estados de cosas tan alejadas de nuestros conceptos de juventud sobre la vida de artista, nos habrán de hermanar con lo si fuéramos, bajo muchos aspectos, compañeros de aventura. Las cosas se mantienen de tal forma, que aquí a veces se encuentran cucarachas en el comedor, como si se estuviera verdaderamente en París; por el contrario, podría suceder que en París tuvieras a veces una verdadera sensación de campo.

No viene a ser una gran cosa, pero en fin, es tranquilizante. Acepta, pues, tu paternidad como la aceptaría un buen hombre de nuestras viejas florestas, las cuales, a través de todo el ruido, tumulto, bruma y angustia de las ciudades todavía nos son -por tímida que sea nuestra ternura - inefablemente apreciables. Es decir, acepta tu paternidad en tu calidad de exiliado, de extranjero y de pobre, basándote en lo sucesivo con el instinto del pobre en la probabilidad de la existencia verdadera de la patria, de la existencia verdadera del recuerdo, aun cuando todos los días lo olvidemos. Total, tarde o temprano encontramos nuestra suerte; pero en verdad, para ti, como para mí, sería un poco hipócrita olvidar nuestro buen humor, nuestro confiado dejar correr las cosas como pobres diablos, tal como seremos en este París ahora tan extraño y que pesará demasiado sobre nuestras preocupaciones.

En verdad, estoy muy contento de que mientras aquí a veces hay algunas cucarachas en el comedor, en tu casa hay mujer y niño. Por otra parte, es tranquilizante que, por ejemplo, Voltaire, nos permita la libertad de no creer absolutamente en todo lo que imaginemos.

Posted by roge at September 24, 2005 3:34 PM
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Posted by: 手机图片 on May 8, 2006 11:12 AM
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